Cuando llega la primavera los escritores recibimos el resultado de nuestra particular evaluación anual. Hace unos días, recibí la mía desde mi Agencia Literaria (Silvia Bastos). Me refiero al número de libros vendidos de cuantos ahora mismo tengo en el mercado durante el último año. O, por expresarlo mejor, el número de libros míos que VOSOTROS habéis comprado.
Debes saber, querido lector, que aunque no te veo te siento. Incluso te presiento mientras paso días, semanas y meses escribiendo a solas. Y hoy quiero darte las gracias a ti y a las decenas de miles de lectores que han depositado su confianza en mis libros, que han hecho el esfuerzo económico necesario para comprarlos, que han elegido las historias que imaginé para viajar por el tiempo, que han mostrado su cariño conmigo y con las criaturas que ideé.
¡Decenas de miles de gracias por vuestra confianza este año!
Sin ti, sin vosotros, sería imposible haber publicado 29 libros. Una cifra que nunca pude imaginar cuando todo comenzó.
Pero, ¿cuándo comenzó?
En alguna ocasión he explicado que todo empezó cuando yo era un niño.
Cada sábado por la mañana, mi madre hacía los recados y regresaba con la última entrega del Capitán Trueno (conservo encuadernados todos los ejemplares desde entonces, cuando ya se editaban en color –no conocí la versión en blanco y negro-. Y ahí tenéis el germen de mi novela “La espada del diablo” y de los muchos libros que he escrito sobre el Temple, aunque el Capitán Trueno no era un templario).
Además de Trueno, mi madre me traía del quisco los cómics de Mortadelo y Filemón, y de todos los demás personajes creados por Ibáñez. Y también los creados por Escobar.
Más tarde, llegaron a mi vida Astérix y Obelix (también tengo la colección completa, o casi) Desde entonces, no paré de leer, y confieso que mi pasión por la Historia tuvo su germen en las aventuras de Trueno, Goliat, Crispín y Sigrid. A bordo de aquellas páginas a color escapaba muy lejos de mi casa, del barrio y de la escuela.
Unos años después irrumpieron en mi vida aquellas ediciones ilustradas de Bruguera de las obras de Dumas, Robert Louis Stevenson, Dickens, Verne, Conan Doyle, Mark Twain, Salgari…Casi los mismos a quienes he rendido homenaje muchos años después en los libros que yo mismo he escrito. Se lo debía. Les debo tanto… Ahí tenéis la semilla de “Las violetas del Círculo Sherlock”, “La tumba de Verne”, “El enigma Dickens”, “Agatha escribía con sangre” e incluso “Los fantasmas de Bécquer” ¡Y también el origen del futuro libro número 30, que está por venir!
Un poco más tarde, abrí los primeros libros de misterio. A su adquisición dedicaba mi exigua paga. Ahorraba para leer, porque no había mayor botín. ¡Aquella colección de Otros Mundos! ¡Qué emoción siento aún ahora si les miro! Todavía están ahí, todos alineados entre otros miles que me rodean ahora mismo, mientras escribo.
No hay nada más maravilloso que la palabra. La palabra cambió el destino del hombre, y la palabra escrita fue el ejercicio de amor y magia más extraordinario. Un exorcismo capaz de contagiar sentimientos, de invitar al llanto o al estremecimiento, a la alegría o a soñar despierto. Por eso, para mí todos los días son el Día del Libro.
Nada puede detener al pensamiento. No hay barreras para el lector, ni siquiera cuando lo encarcelan. No hay modo de fusilar un poema, aunque acribillen a su autor contra una pared sin nombre. No hay modo de ahuyentar unos versos aunque su autor muera en Collioure por pensar diferente.
No hay alas más robustas que las páginas de un libro para llevarnos al lugar más lejano: nuestro Yo más profundo.
Ahora que el “Monstruo” reverdece en media Europa, no permitamos que los vuelvan a quemar.
Mil gracias a los miles de lectores de esta nueva evaluación anual.
Te lo debo todo, lector. Aunque no te veo, te (pre)siento.