Hace un año, escribí esta reflexión. Doce meses después, sigo estando de acuerdo conmigo mismo, al menos sobre esto:
Por muchos filtros que pongas a tus fotografías en las redes sociales, por mucho que te perfumes, te vistas a la moda que otros dicten o te arrodilles ante el altar que prefieras, no olvides que eres el resultado de un afortunado superviviente homínido.
Siempre me pareció sorprendente que de los más de treinta géneros de simios y de las muchas más especies de cada uno de ellos que existían en el Mioceno (entre 23 millones de años y 5 millones de años atrás, aproximadamente) solo uno de ellos haya sobrevivido.
Hoy, únicamente cuatro grandes especies de simios perviven: gorilas, orangutanes, chimpancés y bonobos.
Hace 16 millones de años las cosas se pusieron difíciles para los simios. Un brusco cambio climático provocó que las latitudes superiores y medias se tornaran más frías, mientras que las latitudes más bajas se volvieron más secas. La vegetación, lógicamente, se resintió. Los bosques existentes desaparecieron o mudaron de aspecto. El hábitat umbrío y fresco que proporcionaban los árboles dio paso a una vegetación menos tupida, en la que la luz solar penetraba y resecaba la tierra.
Muchas especies de simios fueron incapaces de adaptarse a ese brusco cambio climático y desaparecieron. Los supervivientes desarrollaron una dentición diferente para poder consumir los alimentos de los que ahora debían vivir; otros, cambiaron su forma corporal y lograron alzarse sobre sus extremidades inferiores.
De los descendientes de aquellos simios del Mioceno que lograron sobrevivir, solo los seres humanos caminan erguidos de un modo habitual. Somos, en definitiva, unos supervivientes muy afortunados. Pero venimos de donde venimos y somos lo que somos: animales.
Sin embargo, nos sucedió lo mismo que a esos nuevos ricos que creen que pueden comprar abolengo a fuerza de billetes y que tratan de enterrar su partida de nacimiento, no vaya a ser que se sepan sus carencias.
Mientras nuestros “parientes” consumían más energía caminando sobre los nudillos o sobre las falanges intermedias, “nosotros” gastábamos menos energía apoyándonos sobre los pies. Sin embargo, ¿fue ésa la única razón que favoreció el desarrollo de una incipiente cultura que, con el paso del tiempo, derivó en formas culturales más complejas? Debo reconocer que desconozco la respuesta a ese monumental interrogante.
Sea como fuere, aquel superviviente comenzó a olvidar su origen y a mirar por encima del hombro a sus congéneres y al resto de las especies animales. De algún modo, no sé si por causas exógenas o endógenas derivadas de cuanto he resumido, comenzó a creerse superior al resto y justificó esa superioridad con supercherías religiosas con las que se abrigó para combatir la intemperie de la incertidumbre, porque ahora que se sabía caduco y mortal no tenía ni idea de cuál era su destino. De manera que se hizo trampas a sí mismo y creó a dios (o dioses, que da igual), una entidad superior a la que implorar ayuda cuando la adversidad se cruzaba en su camino. Lo que provocó ese invento, ya es conocido: guerras religiosas, odios entre personas, una infantil colección de imágenes a las que venerar… Una mentira para consolar al tenaz simio superviviente.
Desorientado en un mundo hostil que él mismo convirtió en menos hospitalario con el paso del tiempo, vio nacer a los predicadores (los primeros de los muchos que vendrían y que aún proliferan), escuchó las primeras frases de «autoayuda» (las primeras de las muchas que escucharían y que aún escuchan) para calmar su inseguridad, y se ejercitó en gimnasias rituales diversas mientras huía hacia delante, como el nuevo rico que trata de escapar de su origen. El problema es que ese origen va pegado a nosotros, como nuestra sombra. Y no hay modo de difuminarlo, ni siquiera con uno de esos filtros con los que la gente se miente a sí misma a propósito de su aspecto.
En fin, que hoy me dio por pensar que tal vez ha llegado el momento de no huir hacia delante, sino mirar hacia atrás y recordar exactamente de dónde venimos y mirar a los ojos al resto de las especies animales sin altanería ni falsa superioridad. Y ahí estamos en la foto nosotros dos, posando sin filtros para la posteridad.