Mariano Fernández Urresti

Ayer, conocí a Reyezuelo

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Mariano Fernández Urresti

Escritor e Historiador

Publicado el 16 de marzo de 2022
En realidad, Reyezuelo no es un nombre propio, sino el de su especie. Estuve tentado de llamarlo Fénix, pero no lo hice. De manera que me referiré a él de ese modo.
Conocí a Reyezuelo ayer, mientras yo iba en bici. Acababa de subir un pequeño puerto de montaña y descendí al valle. Lo vi junto al arcén. Era tan pequeño, que dudé sobre lo que creía haber visto, y seguí unos doscientos o trescientos metros más, pero algo que me empujó a regresar. Si era cierto lo que había visto, el pequeño animal iba a ser atropellado en cualquier momento por un coche. De modo que regresé.
Y allí estaba, sin moverse. Parecía aturdido. Tal vez, había leído las noticias del día. Me pareció que se parecía tanto a mí –desconcertado en este mundo, un tipo anacrónico, equivocado de siglo o de milenio-, que lo recogí del suelo. Era tan diminuto, que creí que se trataba de un polluelo caído de un nido.
Y ahora, ¿cómo lo llevo?, pensé.
Sólo se me ocurrió vaciar el bidón de agua que llevo en mi bicicleta Ridley, y acomodar al pequeño pasajero en él. Dejé abierta la tapa del bidón para tuviera aire, y reanudé la marcha.
Reyezuelo hizo los veinte kilómetros que me separan de casa como un verdadero reyezuelo. Muy cómodo. De vez en cuando, durante los cuarenta minutos que necesité para llegar a casa, lo miraba para ver si seguía allí. Y sí, allí estaba.
Al fin, en Amalur. Y ahora, ¿qué?
No tengo ni idea de cómo alimentar a un polluelo. Benji me miraba intrigado. ¿Qué lleva este tipo en el bidón de la bici? ¿Por qué busca una caja de cartón ahora?
Media hora después, estaba en el veterinario. Era la primera vez en mi vida que no iba con uno de mis amigos de cuatro patas a Asís, el centro veterinario de Suances adonde acostumbramos a ir. Eduardo, el veterinario jefe, y el resto del personal vinieron a ver al personaje. ¡Es precioso!, decían. Espera que venga Villa –el especialista en pájaros, tortugas y otras criaturas menos frecuentes en la consulta-, me pidieron.
Y esperé. Esperamos. Reyezuelo, a su manera, también. Inquieto. ¿Qué coño estaba pasando esa tarde?, imagino que pensó. Primero, monto en bici; después, en coche. ¿Para cuándo el globo?
Villa vino, lo examinó y con una precisión de relojero me dijo:
-Es un reyezuelo macho adulto. No es que sea un polluelo, es que es la especie de pájaro más pequeña de Europa.
¡Atiza! ¿Será posible que yo sea raro hasta para encontrarme un pájaro necesitado de ayuda?
El más pequeño de Europa nos miró a Villa y a mí. ¿Y bien?, supuse que preguntó sin decir nada.
Estaba sano, dijo el veterinario tras examinarlo.
Villa me indicó qué tipo de terreno le gusta a esa especie y me dijo que lo soltara. Y así lo hicimos.
Reyezuelo se subió a mi mano, como si yo fuera un pirata y él, mi loro parlanchín. Y después realizó un rápido y corto vuelo. Se acomodó entre la yerba, exploró la zona y ahora lo imagino en su reino de taifas, como lo que es: un reyezuelo.