Las impresiones de Mariano Fernández Urresti sobre la tumba.
<<… El peregrino abraza al santo por detrás, según la leyenda. Y también nosotros lo hacemos. Se ha dispuesto para ello una escalera de piedra, desgastada por los millones de pies que por ella han subido y bajado, detrás del altar. Se ha de subir por la parte derecha, según se mira de frente al santo, y se desciende del templete por la izquierda. Entonces, se puede descender a la cripta. Hay un pequeño recinto donde más de cuatro personas están incómodas por las reducidas dimensiones del local. Enfrente, al fondo, en el vientre de la roca, están los presuntos restos del santo. Se ha dicho que allá abajo la fuerza telúrica es asombrosa. Seguramente será así, pero me pregunto cuánto hay verdadera devoción y cuánto de folclore consuetudinario en las personas que bajan y suben mientras permanezco en el recinto de piedra…>> (fragmento de mi libro “Un viaje mágico por el Camino de Santiago”)
Todas las veces que he hecho el Camino de Santiago íntegramente he terminado por sentir lo mismo en ese lugar que, como bien saben los lectores de los libros que he dedicado a la ruta jacobea, no era realmente el final del peregrinaje. Estamos en la casilla de la Muerte del juego de la oca (la 58, el mismo número que corresponde a la Muerte en el Tarot) Aún nos falta mucho para resucitar como es debido.
De Palestina a la Gallaecia
Cuenta la tradición cristiana que una urna de plata guarda las reliquias del Apóstol Santiago y sus discípulos, Teodoro y Atanasio, en la cripta de la Catedral de Santiago. Este hecho convirtió a Compostela en una de las metas de peregrinación de la cristiandad desde la Edad Media y originó un gran fenómeno de peregrinación que hoy conocemos como Camino de Santiago.
Pero hasta llegar a la actual ubicación en la Catedral, el cuerpo del Apóstol pasó por varias “tumbas” y no pocas aventuras.
El rey Herodes Agripa I ordenó la muerte de Santiago el Mayor en el año 44 d.C. en Palestina. El motivo: predicar la fe cristiana. Antes de darle sepultura en tierras palestinas, la tradición cuenta que dos de sus discípulos robaron el cuerpo y lo trasladaron en barco a las tierras en las que había predicado el Evangelio: la lejana Gallaecia, en Hispania. En esta travesía por el mar Mediterráneo y el océano Atlántico comienza una aventura que acabará bajo el altar mayor de la Catedral de Santiago. Tras remontar el río Ulla y arribar en Iria Flavia (lo que hoy conocemos como Padrón), Teodoro y Anastasio dieron sepultura a su maestro. No sin antes enfrentarse a las duras pruebas impuestas por la pagana Reina Lupa.
La primera tumba del Apóstol Santiago estaría en algún lugar indeterminado de lo que acabaría convirtiéndose en la actual Compostela. Enterrado en lo que conocemos como la Arca marmárica, el cuerpo de Santiago quedó al cuidado de sus discípulos. A su muerte, sus cuerpos fueron enterrados junto a los del Apóstol y la tumba quedó olvidada durante siglos.
El descubrimiento del Campus Stellae
Concretamente durante 8 siglos. Todos conocemos la historia de su descubrimiento a cargo del ermitaño Pelayo, habitante del monte Libredón. Corría el año 823 cuando apreció durante varias noches unas luces en el cielo apuntando a un lugar. Desconcertado con el extraño fenómeno, Pelayo decidió dar aviso a Teodomiro, obispo de Iria Flavia. Juntos acudieron al lugar señalado y encontraron la primigenia tumba del Apóstol. Tras dar aviso al rey Alfonso II, el monarca inició la primera peregrinación de la historia. Y, al comprobar el hallazgo, ordenó construir la Catedral de Santiago y trasladar los restos de Santiago y sus discípulos hasta allí. Tras extenderse la noticia de la aparición del Apóstol en tierras gallegas, la basílica compostelana pasó a convertirse en meta de peregrinaciones llegadas de toda Europa. Un fenómeno que se popularizó aún más con la consagración en 1211 de la nueva Catedral compostelana.
Temor a los ataques de Francis Drake
Parecía que, tras los avatares vividos, el cuerpo del Apóstol descansaría en paz. Pero no. La Historia aún le tenía guardada una nueva aventura. En el siglo XVI, concretamente en 1589, el cabildo de la Catedral tomó una decisión insólita: ocultar los restos del santo.
El motivo no era otro que el temor a un ataque del pirata Francis Drake. Como respuesta de Inglaterra al ataque frustrado de la Armada Invencible, el corsario inglés había atacado unos meses antes la ciudad de A Coruña y se sospechaba que uno de sus objetivos era un centro de cristiandad como Santiago de Compostela.
Los restos del Apóstol se escondieron en algún punto de la Catedral. Y allí permanecieron, escondidos, hasta el siglo XIX. No fue hasta el año 1879 cuando el cardenal Payá se propuso localizar no solo las reliquias del Apóstol, sino también verificarlas.
Tras arduos trabajos, el 29 de enero de 1879 aparecieron unos restos en la pequeña capilla que está junto detrás del altar mayor de la Catedral. Para los más curiosos, si hoy en día subes las escaleras que llevan a dar el abrazo al Apóstol puedes ver en el suelo de la pequeña capilla de la derecha un espacio rectangular acristalado. Marca el lugar donde aparecieron las reliquias.
Tras el descubrimiento, Payá encargó a varios expertos un informe que demostrase la pertenencia de esos huesos al Apóstol y sus discípulos. El 1 de noviembre de 1884 el Papa León XIII, mediante la bula Deus Omnipotens, confirmó como auténticos los restos encontrados, al tiempo que invitaba a los católicos a volver a peregrinar a Compostela. Y para fomentarlo declaró 1885 como Año Jubilar extraordinario.
Tras esta última aventura, los restos del Apóstol pasarían a ocupar un lugar privilegiado en la Catedral de Santiago: la cripta situada bajo el Altar Mayor. Su visita es, junto con el abrazo al Apóstol, uno de los ritos más populares entre los peregrinos y visitantes del templo.