En los días agitados de la revolución de 1848, Charles Baudelaire tradujo por vez primera al francés obras de Edgar Allan Poe, cuya muerte se produciría al año siguiente en Baltimore.
Un joven Jules Verne quedó seducido en aquellos años por la singular prosa de Poe; algo que se advierte en su propia obra. E incluso publicó un artículo sobre el norteamericano en el número de abril de 1894 de <<Musée des familles>>.
Ambos se parecen, aunque discrepan. Poe, es todo fantasía; Verne, edifica sobre pilares científicos. Pero lo importante es la cadena de papel que forman sus vidas y sus obras. La expedición a la Luna de Verne sería imposible sin <<La aventura sin par de un tal Hans Pfaall>>, de Poe. Y la resolución de <<La vuelta al mundo en ochenta días>> bebe del cuento de
Poe titulado <<Tres domingos por semana>>, donde se plantea precisamente cómo es posible ganar un día, o perderlo, en función de la dirección en la que se emprenda una vuelta al mundo.
Esa relación es aún más evidente en <<La esfinge de los hielos>>, que pudiera considerarse la segunda parte de <<El relato de Arthur Gordon Pym>>, la única novela que el atormentado autor de <<El Cuervo>> publicó.
Pero si existe algo que hermana a ambos autores es el gusto por los enigmas, las claves numéricas y los acertijos, algo que Poe llevó a la excelencia en <<El escarabajo de oro>> y que Verne utilizaría en numerosas ocasiones en sus novelas, como en <<Los hijos del capitán Grant>>, <<La Jangada>>, o en el texto en caracteres rúnicos que los
protagonistas de <<Viaje al centro de la tierra>> deben descifrar.
¿Qué sucederá con esa cadena de papel ahora esta sociedad “moderna” olvidó el placer de la lectura de los clásicos y el aroma de un libro abierto? ¿Cómo surgirán nuevos eslabones que prolonguen la cadena de los sueños? ¿Cómo podréis imaginar sin leer?