Debo confesar que Grecia me enamoró. Atenas, Delfos, Olimpia… me hicieron recordar tantas horas de estudio de Historia Antigua (una de mis pasiones) y de Historia del Arte (otra de mis debilidades) en la Universidad. Pero Micenas fue el broche perfecto para un sueño.
A las afueras de la mítica ciudad me aguardaba otra de las tumbas de mi vida: el Tesoro de Atreo o Tumba de Atreo, también llamada Tumba de Agamenón. Se supone que su construcción se realizó en siglo XIII a.C.
Cuando me adentré por el corredor que conduce hasta la gigantesca construcción abovedada, se me fue el santo al cielo y creí escuchar los gritos de los aqueos vitoreando a su rey Agamenón antes de partir hacia Troya en busca de Helena. ¿Escuché también a lo lejos la risa retadora de Paris y Héctor?