El Almirante falleció en el número 2 de la calle Ancha de la Magdalena, y las exequias tuvieron lugar en la iglesia de Santa María la Antigua de Valladolid, para ser llevados sus cansados y pecadores huesos al convento de san Francisco, que estuvo en las inmediaciones de la Plaza Mayor de esa ciudad, que aparece en una de las fotografías que acompañan a esta publicación.
Se cuenta como cierto, aunque en lo que al Almirante se refiere yo no daría nada por seguro, que el miércoles día 11 de abril de 1509 un hombre que respondía al nombre de Juan Antonio Colombo, mayordomo de Diego, el hijo mayor del Colón, llamó a la puerta del monasterio de La Cartuja de Sevilla. Llevaba con él una urna. Tras las presentaciones ante los monjes, señaló el contenido del arca con la mirada y dijo: “el cuerpo del Almirante don Cristóbal Colón”
Fue la primera tumba de Colón en Sevilla, pero la odisea no había hecho más que empezar, si damos por cierta la historia oficial.
Se dice que la viuda de Diego Colón, nuera del primer Almirante, solicitó a la Corona en 1536 la posibilidad de trasladar los restos de su marido y de su suegro a Santo Domingo para darlos sepultura allí, y que tal petición fue atendida.
La versión ortodoxa sostiene que Colón permaneció enterrado en Santo Domingo hasta el 21 de noviembre de 1795, cuando se firmó el Tratado de Basilea, por el cual España dejó de ser soberana de aquella tierra. Entonces, se afirma, el cadáver del Almirante fue trasladado a La Habana.
¿Qué sucedió después? Pues que España perdió Cuba en 1898 y los restos de don Cristóbal espumaron el Atlántico otra vez hasta echar amarras definitivamente en la catedral de Sevilla, a tiro de piedra de su otro hijo, Hernando. Y sobre sus restos se construyó un impresionante monumento funerario frente al cual permanecí una mañana a medio camino entre el homenaje y la irritación, porque no hay manera de alumbrar la biografía de su inquilino.