Cementerio de La Madelaine, Amiens.
Yo también, como Miguel Capellán y Alexia, los personajes de mi novela “La tumba de Verne”, me estremecí al ver sepulcro del escritor bretón. Me fue fácil por ello escribir después:
<<Ambos apretaron el paso y no tardaron sentirse sobrecogidos ante el maravilloso sepulcro que Albert Roze diseñó para su amigo Julio Verne.
Incluso Alexia no pudo evitar sentirse envuelta por una atmósfera de leyenda en la soledad de aquel cementerio decimonónico y ante la impactante escultura que representaba a un fornido hombre de mármol blanco emergiendo de entre los muertos. El resucitado estaba envuelto aún por su sudario y con la losa sepulcral sobre la espalda. La mano izquierda se apoyaba en la tierra buscando el impulso definitivo que lo arrojara de nuevo a la vida, mientras que la derecha seguía la mirada de aquel hombre orientada hacia el cielo, hacia la luz.
-¿Es un saludo a Dios o un desafío? -dijo Miguel viendo la expresión del Verne de mármol. Alexia le devolvió una mirada que expresaba su desconcierto. No era lo mismo haber visto las fotografías de aquel sepulcro en la casa de su padre que estar ante él. Sin poder evitarlo, se estremeció…>>