Si alguna catedral encarna todos los misterios del arte gótico, ésa es sin duda Chartres. Pero no solo me refiero al edificio que se contempla en la foto, sino a su emplazamiento, porque lo que me interesó especialmente durante las ocasiones en que estuve en su interior no fueron únicamente los juegos luminosos producidos por las vidrieras en momentos astronómicos precisos, ni el gigantesco y enigmático laberinto de su crucero, o la representación del traslado del arca de la alianza que se puede admirar en su pórtico norte (el que llaman de los Iniciados) acompañado de inscripciones donde se lee: “Archa cederis” e “Hic amititur archa cederis” u “obrarás según el arca” Lo que realmente me interesó es el pasado druídico del lugar, sobre el cual se construyó una primera iglesia en el siglo IV d.C. pretendiendo erradicar el paganismo, pero esa construcción, como otras posteriores, fueron destruidas, una tras otra, por incendios y catástrofes. Se diría que la vieja Señora del lugar se sacudía de encima a los curas y prelados. Y a esa Señora fue la que yo visité cada vez que fui allí. Si el visitante lo desea, podrá descender hasta los mismísimos infiernos que se caldean bajo las faldas de esta maravilla de piedra. Le espera una verdadera catedral subterránea que fue construida en 1020 por el obispo Fulberto bajo los colaterales de la catedral y el deambulatorio. Es una de las más extensas del Occidente cristiano y dispone dos galerías paralelas. Allí abajo, si presta atención, se escucha el crepitar de la marmita de los druidas, que seguramente tendrían un nombre acabado en ix y guardarían algún parentesco con el Panoramix de la aldea de Asterix. Antiguamente, los peregrinos accedían y salían de la cripta pasando por las escaleras de las torres Norte y Sur, de modo que hacían un descenso ritual hasta nuestro objetivo: Nuestra Señora de Bajo Tierra. En efecto, en la parte más poderosa del subsuelo, encontramos a la verdadera Señora del lugar. Allí está el Pozo de los Fuertes, alrededor del cual los druidas consumían el muérdago y demás ingredientes de sus recetas mágicas. La imagen que vemos ahora no es la original, pero Fulcanelli afirma que en los orígenes “no era más que una estatuilla de Isis” y asegura haberse topado con casos semejantes en Notre-Dame de Puy o en Notre-Dame de Rocamadour, por citar sólo un par de ejemplos de los muchos posibles. Las viejas Isis fueron quemadas por los intransigentes prestes, abates o diáconos que cayeron como plagas negras por doquier en el cosmos pagano para alterar el orden del mundo sin saber que ese orden, medido y perfecto, era el mejor altar de Dios. Más información en mis libros “Gótica” (escrito con varios autores) y “Los templarios y la palabra perdida”