En realidad, de un tiempo a esta parte todo mi mundo ha empequeñecido. Para empezar, hace un par de años vi a mi primera maestra, doña Jacinta. Me sorprendió lo chiquita que era. Será cosa de la edad, me dije. Pero no he tardado en advertir que el fenómeno no afectaba en exclusiva a la mujer que me enseñó a leer y a escribir, sino a todo lo demás.
Los domingos son más cortos que cuando era niño, y lo mismo sucede con los veranos. Antes, las horas eran largas y ahora, en cambio, los años son suspiros.
El patio de mi antiguo colegio resulta ser diminuto, y no un enorme estadio donde jugar partidos de fútbol sin desmayo.
¿Y la casa de mis abuelos paternos?
Hace unos días pasé con Benji por delante de aquella casa donde jugaba muchos sábados y todo había menguado. El jardín no era infinito, y la higuera seguía allí, pero resultaba imposible imaginar que se pudiera construir sobre ella ninguna cabaña más o menos precaria, y su altura en nada recordaba el palo mayor de un barco pirata desde el cual yo oteaba un mar que, os lo juro, estaba ante mis ojos.
¿Quién diablos ha desecado el mar que yo veía?
La huerta de la casa de una de mis tías, que vivía cerca de mis abuelos, ha desaparecido. Ahora, todo es césped, pero creo que alguien se ha llevado muchos metros cuadrados porque me pareció imposible la otra tarde haber dado la vuelta a España en bicicleta junto a mi primo hace ya mil años alrededor de una parcela tan pequeña.
¿Quién diablos se ha llevado los puertos de montaña que subíamos y bajábamos emulando a los ciclistas si ahora todo el terreno resulta ser plano como el pecho de un barón, como la Castilla que describía don Antonio Machado?
Sin embargo, os juro que todo era enorme a mis ojos hace dos días… ¿o más de cuarenta años?: el patio del colegio, la higuera de mis abuelos, la huerta de mis tíos, las tardes de los domingos, las vacaciones de verano…
Los días tenían entonces más de veinticuatro horas, o tal vez fuera que las horas tenían más de sesenta minutos, o quizá los minutos contuvieran más de sesenta segundos. Algo esotérico sucedía con el tiempo, algún ejercicio de nigromancia, una desconocida práctica de magia astral.
El caso es que mi padre se ha hecho pequeñito y todo mi mundo es ahora un viejo mundo; un mundo viejo.