Para que te quieran y que tú sepas que te han querido

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Mariano Fernández Urresti

Escritor e Historiador

Publicado el 19 de agosto de 2022
Esta es la común historia de una cometa dentro de un laberinto de altas paredes que le impedía ver los horizontes futuros. A veces, lleva toda una vida conseguir que la mano invisible que sujeta la cuerda que nos ata nos permita elevarnos por encima de las paredes del laberinto cotidiano. Y a veces, no basta con una vida.
Hace unos días, tuve la fortuna de charlar con el cantante Víctor Manuel minutos antes de un concierto. Era la tercera vez que tenía esa oportunidad. La segunda en que lo hacía solo con él; en la primera, también con su esposa Ana Belén. Víctor está de gira celebrando sus 75 espléndidos años, y mientras conversábamos yo también eché la vista atrás –en realidad, lo llevo haciendo desde hace un tiempo, no vaya a ser que luego no haya tiempo o ya no esté a tiempo-.
No os diré de qué hablamos, pero sí quiero compartir con vosotros una reflexión que vino a verme mientras escuchaba el último tema de ese concierto. Es una canción preciosa –pongo el enlace en el primer comentario de esta publicación-, que repasa su propia vida pero a la vez la vida de todos los grandes artistas. Y pensé, sin ser yo ni grande ni artista, que había algo en ese latido de versos y acordes que me definía.
Hoy, echo la vista atrás y también me recuerdo subiendo a muchos escenarios. No para cantar, naturalmente, pero sí para hablar de mis libros y de todos esos enigmas históricos que me interesan y le interesan a quienes me leen o fueron a escucharme.
Me recuerdo en Torrelavega, Santander, Valladolid, Mieres, Gijón, León, Madrid, Barcelona, Murcia, Sevilla, Bormujos, Jaén, Almería, Granada, Motril, Pinseque (Zaragoza), Montemayor (Córdoba), La Gomera, Málaga, Eibar, Vitoria, Logroño, Donosti y un largo etcétera de lugares más.
Media España. Media vida.
<<Como peregrino, dejando jirones de vida por los caminos…>>
Hoy, diecinueve de agosto de 2022, cuando queda menos camino futuro que pasado, la cometa que soy puede mirar por encima de algunos muros del laberinto cotidiano y ver horizontes que ni siquiera imaginé siendo niño. Y sin darme cuenta de que estoy llorando intento recordar los rostros de todas las personas para las cuales hablé. Y me esfuerzo, pero no lo consigo por ser imposible, en imaginar el rostro de todos aquellos que me leyeron.
Al escuchar el último verso de la canción, comprendí que en el fondo (os) escribí y (os) hablé para que me quieran y para que yo sepa que me han querido.
¡Gracias!