Mariano Fernández Urresti

QUMRÁN

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Mariano Fernández Urresti

Escritor e Historiador

Publicado el 9 de agosto de 2021

Año 1947
Las circunstancias que rodearon el famoso descubrimiento arqueológico están envueltas ya en la leyenda. Comúnmente se admite la versión según la cual un joven pastor llamado Muhammad adh-Dhib, o Muhammad el Lobo, que pertenecía a la tribu de los Ta`amireh buscaba una cabra perdida por aquellos lares –otras versiones sitúan en la escena a dos beduinos más: Khalil Musa y Jum’ a Mohamed- . El caso es que quiso el destino que el beduino trepara por los riscos que rodean la zona y encontrara una abertura. Aunque trató de averiguar qué había allí, la oscuridad era impenetrable. Decidió entonces tirar una piedra para sondear la profundidad del lugar y escuchó un ruido que resultó ser la consecuencia de una cerámica que se rompía, como luego pudo averiguar.

El pastor beduino trepó hasta la abertura y penetró a gatas por ella. Así se encontró de pronto dentro de una pequeña cueva de alto techo en la que se encontraban a salvo hasta ese instante una indeterminada cantidad de vasijas de barro de unos sesenta centímetros de alto y veinticinco de ancho. Algunas de las piezas estaban rotas.

El beduino confesó posteriormente que se asustó y salió del lugar, pero la intriga podía más que su miedo y volvió al día siguiente en compañía, cuando menos, de un amigo. Entonces exploraron la cueva. Fue de esa forma como descubrieron el contenido de las tinajas: tres rollos de cuero había en la primera de las vasijas que escudriñaron.

Posteriormente, de aquella cueva conocida como número 1 salieron siete manuscritos. Aunque hay que decir que del mismo modo que las versiones sobre el descubrimiento varían, tampoco se sabe a ciencia cierta cuántos rollos fueron sacados a la luz por los beduinos ni si se estropearon fragmentos de los mismos irremediablemente en esa operación, con lo que tal vez algunos pasajes claves de la historia que contenían se perdieran para siempre. Lo que sí parece que ocurrió es que a partir de ese momento toda una singular peripecia de espías, traficantes y bucaneros se iba a poner en marcha. Y aunque a la luz pública al final llegaría gran cantidad de información, parece muy probable que otros muchos textos no se conocieran, se vendieran o se ocultaran en alguna parte. Quizá algún día las sorpresas sean mayúsculas.

Paseando una calurosa mañana por esta parte del desierto de Judea, repare una vez más en el hecho de que la figura de Jesús de Nazaret siempre está rodeada de intereses políticos y comerciales, y aunque tal vez los manuscritos de Qumrán no tengan que ver directamente con él –o sí-, en esta ocasión no fue diferente. Sería no obstante imposible narrar con detalle todo lo que ocurrió desde el momento en que los beduinos sacaron a la luz esos manuscritos sin que el relato pareciera eterno. Remito a quien le interese el asunto a mis libros “La cara oculta de Jesús” y “La vida secreta de Jesús de Nazaret”.

Lo cierto fue que a partir de ese momento, bien por azar y o por casos la exploración sistemática de la región, se produjo la aparición de gran número de manuscritos a lo largo de los últimos cincuenta años. Cada grupo de textos presenta características propias, pero todos han recibido el genérico nombre de “Manuscritos del Mar Muerto”. De todos ellos, los “Manuscritos de Qumrán”(una colección de textos hebreos, arameos y griegos procedentes de once cuevas situadas alrededor de Khirbet Qumrán) son los más importantes y polémicos. Incluye la colección el “Rollo de Cobre”, “La regla de la Comunidad”, la “Regla de la Guerra”, “El Rollo del Templo”, el “Documento de Damasco”, el “Comentario de Habacuc”, textos poéticos y textos bíblicos.

Se ha solido atribuir a la secta esenia (uno de los varios grupos religiosos del judaísmo) su autoría. Se afirmaba que se trató de una comunidad afincada en el desierto, que practicaban una vida austera y con quien pudo tener relación Juan el Bautista y, según algunas propuestas, el propio Jesús. Pero si damos crédito al retrato que de él se hace en los evangelios, Jesús no pareció comportarse jamás como un esenio.

Algunos autores críticos estiman que los autores de los textos no fueron precisamente anacoretas pacíficos, sino belicosos nacionalistas judíos, lo cual permitiría dibujar un retrato diferente no solo de ellos, sino también de Jesús.