Mariano Fernández Urresti

RENNES-LE-CHATEAU

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Mariano Fernández Urresti

Escritor e Historiador

Publicado el 9 de agosto de 2021

El día 11 de abril de 1852 nació en Montazels, en el departamento del Aude, François Berénger Saunière. Muchos años después, nacería yo, lejos del Languedoc francés donde vio la luz por vez primera aquel tipo que terminaría siendo un sacerdote que pasaría a la historia. Cuando yo nací, no podía sospechar que un día mi vida tendría algo que ver con la de aquel oscuro sacerdote, el mayor de siete hermanos, que despreció destinos religiosos mucho más glamurosos eligiendo una destartalada iglesia dedicada a María Magdalena en lo alto de un farallón donde dormitaba un pueblo llamado Rennes-le-Château.

Pero resultó que los dos terminamos por encontrarnos, aunque cuando yo llegué por vez primera a ese pueblo él había fallecido mucho tiempo atrás. Fruto de mi interés por él serían los libros “La cara oculta de Jesús” y, especialmente, “Las claves del Código da Vinci” (éste escrito junto a mi amigo-hermano Lorenzo Fernández Bueno)
Cuando Saunière llegó a este pueblo, la iglesia estaba en pésimo estado. Consiguió, no obstante, dinero para repararla y en el transcurso de las obras se produjo un sensacional hallazgo cuya naturaleza última se nos escapa. Los obreros que participaron en los trabajos hablaron de un recipiente con monedas antiguas, se sabe igualmente que el cura exhumó unos enigmáticos manuscritos que han motivado numerosas teorías, pero lo realmente cierto es que ni Dios sabe qué averiguó. Y lo que quiera que fuera lo impulsó a viajar a París, a comprar copias de los cuadros “Los pastores de la Arcadia”, de Nicolás Poussin, y “San Antonio el Ermitaño”, de David Teniers, a remover tumbas del cementerio, a excavar por doquier y a convertirse, de la noche a la mañana, en un rey Midas.

Tal vez Marie Denardaud, su fiel criada (¿?) podría aclarar si aquellos trajines tuvieron que ver con el Priorato de Sión, con la tumba de Jesús, con el secreto del Temple –que en aquella región tuvo importante presencia, como en Blachefort-, con el grial cátaro –a un paso está Montségur- o con genealogías de la supuesta Sangre Real. Pero Marie murió sin confirmar ni desmentir. Y ahora solo nos queda la ilusión de preguntarle al difunto cura en su tumba de dónde sacó para tanto como presumió (Torre Magdala con una biblioteca mucho más que lujosa, Villa Betania con todo tipo de comodidades y excéntricos gastos…)

Las veces que le he interrogado en el cementerio, se limitó a responder exactamente lo mismo que dejó grabado en el frontispicio de su iglesia: “Terribilis is locus iste” (Éste es un lugar terrible).