Resulta que soy una reliquia

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Mariano Fernández Urresti

Escritor e Historiador

Publicado el 28 de agosto de 2022
Eso me dijo un amigo hace unos días porque, según él, las ideologías han muerto. Al parecer, sólo tipos pasados de moda o fuera del tiempo como yo advertimos las diferentes líneas editoriales de los medios de comunicación, los matices de los discursos políticos y los dogmas religiosos.
Argumenté en mi favor que la idea de que no existen ideologías la enarbolan justamente aquellos a los que les interesa propagar esa falacia, pero mi argumento no hizo mella en su convicción. Aseguró, poco más o menos, que eso de las filosofías y las ideologías es cosa de viejos -el destino inmediato al que, según su parecer, voy a ir a parar yo si persisto en mis pensamientos-, pues los jóvenes se han liberado ya del corsé de las ideologías. Ya no hay. Ya no existen.
Les sucedió como a Dios, que han muerto.
Que todos son iguales, que todos son lo mismo.
«Fahrenheit 451» es una novela de Ray Bradbury que se desarrolla en un mundo imaginario en el que los libros han sido prohibidos y se persigue a quien los posee. Los lectores son proscritos, rebeldes a quienes no se les puede permitir vivir. Gente portadora de ideologías. Custodios de ideas escritas. Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde un libro.
Al escuchar la descripción que mi amigo hizo de mí, me preocupé. Pero no por mí, sino por él y por esos jóvenes cuya bandera enarbolaba. Ninguno de ellos, ni tampoco mi amigo, al parecer, son conscientes de que ellos también defienden una ideología. Una muy peligrosa y recurrente en la historia.