Las impresiones de Mariano Fernández Urresti sobre la tumba.
Al occidente de la segunda muralla, no lejos de la Puerta de Efraín, se explotaba desde el siglo VII a.C. una cantera de piedra calcárea que quedó abandonada en el siglo I d.C. La explotación dejó diferentes hoyas en el terreno, y entre ellas un picacho de unos cinco metros de altura al que, por su aspecto parecido a una calavera, los judíos lo llamaban Gólgota (“el cráneo”, en arameo) Los romanos le dieron el nombre de Calvario (“la calavera”), y lo emplearon para crucificar a los delincuentes.
Si damos crédito a los evangelios, no lejos de ese montículo tenía el adinerado José de Arimatea un sepulcro excavado en la roca que constaba de una pequeña antecámara y la cámara mortuoria, que se cerraba con una piedra redonda giratoria.
Los evangelios afirman que en ese picacho calcáreo fue crucificado Jesús la víspera del 14 de Nisam entre dos ladrones. Lástima que los evangelistas no parezcan ponerse de acuerdo en muchos los episodios de la vida, y especialmente de la muerte, de su biografiado. Las contradicciones son tantas, que no puedo resumirlas aquí y ahora.
Cuando el emperador Adriano visitó Jerusalén en 130 d.C., decidió erradicar todo sentimiento nacionalista judío arrasando literalmente la ciudad y construyendo otra de nueva planta encima de ella a la que bautizó como Aelia Capitolina. Ordenó edificar un templo dedicado a Júpiter sobre los restos del Templo de Herodes, y rellenó de escombros el Calvario, disponiendo encima un templete dedicado a Venus.
Todo cambió cuando en 326 d.C. Helena, la madre de emperador Constantino, visitó Jerusalén. Puede considerarse a esta mujer, tal vez junto con Pablo de Tarso, el mejor ejecutivo de marketing del cristianismo. ¿Cómo es posible que acertara a encontrar, trescientos años después y en base a viejos relatos, no sólo el sepulcro de Jesús, sino también la mismísima cruz donde lo clavaron? Increíble, pero resulta que se cree. Y así fue como se construyó la basílica del Santo Sepulcro, actualmente ahogada entre edificios, tejados y un batiburrillo religioso vergonzante para cualquiera, donde las diferentes ramas del cristianismo se reparten el templo como si de la túnica del propio Jesús se tratase.
Dentro de la basílica se incluye el Gólgota (cuando yo lo visité se podía tocar introduciendo una mano a través de un agujero practicado en una especie de urna), la Piedra de la Unción, donde la tradición asegura que Nicodemo y José de Arimatea embalsamaron el cuerpo de Jesús, y un poco más allá, dentro de un templete de mármoles de 8,5 metros de largo por 6 metros de alto y ancho, el supuesto sepulcro de Jesús.
Si quieres saber qué relación guarda esta tumba con la historia que se recoge en mi novela “La espada del diablo”, tendrás que leerla
Basílica del Santo Sepulcro
En la Iglesia de la Resurrección o Basílica del Santo Sepulcro se respira un ambiente único, difícil de sentir en cualquier otro lugar de Jerusalén. El olor a incienso se mezcla con los cantos, susurros y oraciones de los miles de fieles que visitan cada día este santuario cristiano, bañado por la tenue luz de los cirios.
Un poco de historia
En el siglo IV d.C., el emperador Constantino envió a su madre, Elena, a Tierra Santa, con el objetivo de encontrar la Vera Cruz de Jesús. En su búsqueda de las reliquias de Cristo, la mujer encontró evidencias de la ubicación del Monte Calvario o Gólgota, donde tuvo lugar la crucifixión del nazareno.
Demolió el templo romano que coronaba el monte, cavó hasta encontrar varias tumbas judías excavadas en piedra y mandó construir un templo en lo que consideró la tumba de Jesús. Durante los dos mil años siguientes, este templo cristiano fue ampliado, destruido y restaurado varias veces hasta convertirse en la hermosa basílica que es hoy en día.
En la actualidad, seis comunidades cristianas diferentes custodian el Santo Sepulcro: griegos, armenios, etíopes, sirios, coptos y franciscanos. Aunque la interacción entre ellos es casi nula, la mezcla de vestimentas, rituales y cánticos de cada grupo hace del Santo Sepulcro un lugar muy especial para todos los visitantes, sin importar sus creencias.
Qué ver en el Santo Sepulcro
La Iglesia de la Resurrección de Jerusalén es de tal magnitud, tanto arquitectónica como emocional, que quienes han llegado desde muy lejos para contemplar este lugar sagrado para los cristianos necesitarán varias horas para completar la visita al Santo Sepulcro.
Para aquellos interesados solo en su atractivo turístico, estos son los tres lugares imprescindibles que ver en la Basílica del Santo Sepulcro.
- La Piedra de la Unción: en la entrada principal de la basílica reposa la famosa piedra donde, según los evangelios, Jesús fue ungido antes de ser sepultado. Cada día, cientos de fieles de todas partes del mundo se amontonan alrededor de la piedra esperando su turno para arrodillarse y besar esta reliquia.
- Monte Calvario: a la derecha de la Piedra de la Unción, unas escaleras de piedra conducen a una sala elevada, que representa el Monte Gólgota donde Jesús fue crucificado. La gran roca donde todo sucedió está protegida por un cristal y es muy venerada por los cristianos.
- El Edículo: la tumba de Jesús. El gran mausoleo de mármol que corona la nave circular de la basílica es el principal atractivo del Santo Sepulcro. Las colas para entrar en esta pequeña capilla pueden llegar a ser infinitas, por lo que os recomendamos llegar a primera hora. En el venerado lecho mortuorio solo caben cuatro o cinco personas.
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Curiosidades
- Las llaves de la Basílica del Santo Sepulcro están custodiadas por una familia musulmana, que ha asumido esta responsabilidad desde 1192, pasando el encargo de generación en generación.
- Las eternas disputas entre las diferentes comunidades cristianas del Santo Sepulcro han llevado a auténticas locuras. En una de las ventanas de la fachada de la basílica reposa una antigua escalera de madera que ningún monje ha movido por miedo a represalias de los de enfrente. ¡La escalera lleva ahí desde 1852!
- Todas las noches, varios miembros de cada comunidad cristiana se encierran en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén y duermen allí, con un doble objetivo: proteger el santuario y salvaguardar sus zonas de la iglesia de las envidias del resto de monjes.