<<Cimetière de La Madeleine, se leía en el cartel colocado sobre la verja de la entrada pintada de color verde. Más abajo, el cartel recordaba la prohibición de acceso al cementerio de perros y vehículos.
La maravillosa estampa de aquel gigantesco camposanto rebosante de muerte y de vida había hechizado a Capellán. La muerte dormitaba bajo las lápidas y en los panteones góticos, mientras que la vida rezumaba en el verdor de un ejército de árboles empapados por la lluvia que había cesado…>>
Este párrafo de mi novela La tumba de Verne no es exactamente ficción. Y no me refiero al hecho empíricamente demostrable de la existencia del cementerio de La Madeleine en Amiens y que entre los panteones decimonónicos se encuentra la impresionante sepultura del creador del capitán Nemo, entre otros inolvidables personajes. Si digo que no es ficción exactamente es porque, mientras escribía esas escenas, en realidad relataba la emoción, los intensos sentimientos que provocaron en mí las dos visitas que he realizado a esa tumba.
La primera vez que rendí silencioso homenaje a Julio Verne en su última morada yo aún no había escrito ningún libro. Viajé hasta allí simplemente porque algo en mi interior me impulsó a hacerlo. Un aleteo desconocido, la trayectoria errática de mi alma, la imaginación aprendiendo a mantener el equilibrio en la bicicleta invisible sobre la que se desplaza en mi mente…
La segunda vez que recorrí aquel camposanto lo hice, en cambio, imaginándome tras el ínclito Miguel Capellán, ese personaje tan controvertido que aparece en varias de mis novelas y que debutó en La tumba de Verne.
<<Incluso Alexia no pudo evitar sentirse envuelta por una atmósfera de leyenda en la soledad de aquel cementerio decimonónico y ante la impactante escultura que representaba a un fornido hombre de mármol blanco emergiendo de entre los muertos. El resucitado estaba envuelto aún por su sudario y con la losa sepulcral sobre la espalda. La mano izquierda se apoyaba en la tierra buscando el impulso definitivo que lo arrojara de nuevo a la vida, mientras que la derecha seguía la mirada de aquel hombre orientada hacia el cielo, hacia la luz…>>
Este segundo fragmento de la novela reconstruye para el lector algunas de mis propias reflexiones puestas en la mente de Alexia, la ocasional acompañante de Miguel Capellán en aquella aventura.
Y, al igual que el periodista, yo también me pregunté ante el mausoleo del autor de La vuelta al mundo en ochenta días si el gesto del hombre de mármol que preside la tumba era un saludo a Dios o un desafío.
Te invito a descubrir mi libro La Tumba de Verne