Mariano Fernández Urresti

La tumba de Felipe II

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Mariano Fernández Urresti

Escritor e Historiador

Publicado el 7 de junio de 2022

Las impresiones de Mariano Fernández Urresti sobre la tumba.

 

Mi libro “Felipe II y el secreto de El Escorial” significó meses de trabajo y viajes por diferentes lugares de España (en especial a uno de mis lugares favoritos: El Escorial). El resultado, lo deben juzgar los lectores. Para este post, rescato de ese libro estas líneas:

<<…Antes de cerrar el féretro, el futuro Felipe III quiso ver por última vez a su padre. Luego, gran copia de caballeros sacó el ataúd de la minúscula alcoba real y se formó una comitiva enlutada y dramática que recorrió como Santa Compaña los pasillos escurialenses con el muerto a hombros. Se celebró misa, y finalmente lo condujeron a dormir el sueño eterno con los suyos.

Lejos estaba el difunto de saber que sus sucesores no respetarían su voluntad sobre cuál sería su último lugar en la tierra. El monarca quiso enterrarse allí donde en la actualidad el visitante ve las magníficas estatuas de bronce del cenotafio obra de Pompeo Leoni, en el presbiterio de la basílica. Pero sus descendientes optaron por construir el Panteón Real bajo los escalones del altar. Y es allí donde hoy duermen la siesta eterna Felipe II y su última esposa, Ana de Austria (sólo están junto a los monarcas las esposas que parieron hijos que luego reinaron) Allí también, entre otros, reposan Carlos V y su esposa Isabel. Pero, como ésa no fue la última voluntad de aquellos a quienes llamamos nuevos David y Salomón, les presumo a ambos incómodos en esa postura, allá abajo, tan dentro de la tierra como próximos al Infierno…>>

La extraña ocurrencia de Felipe II antes de morir: pidió abrir la tumba de su padre Carlos V.

Antes de morir, Felipe tuvo tiempo para dejar claro cómo quería ser enterrado y elaboró toda clase exigencias. Felipe II ordenó que abrieran el ataúd de su padre, el emperador Carlos V, para ver cómo estaba amortajado y dispuesto, porque él quería quedar de manera idéntica.

Asimismo, ordenó que se construyera un ataúd de plomo que cerrara herméticamente y evitara los malos olores. A su vez, este féretro debía ser introducido en otro de madera. Todo ello, claro estaba, con la aprobación en vida del propio monarca. El resultado del ataúd debía ser de su gusto.

La muerte de Felipe II.

Finalmente, el rey murió en una alcoba de El Escorial con su hijo como testigo. Tal y como se menciona en libros históricos la muerte se debió a una pediculosis, infección que produce una irritación cutánea. Sin embargo, es más probable que las llagas y el deterioro del cansado cuerpo terminaran con la vida de Felipe II entre los dolores y gritos que resonaban en los muros de El Escorial y que se silenciaron tras la madrugada del 13 de septiembre.

«Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo», le confesó en un último suspiro el rey que había expandido la hegemonía hispánica a todos los rincones del globo a su hijo y heredero Felipe III, quien por entonces tenía 20 años.

El testamento de Felipe II.

Se abrió el testamento para cumplir con los oficios religiosos que Felipe II dejó dispuestos: tuvieron que celebrarse 62.500 misas y cuando se hubieran dicho estas, ordenó otras seis misas diarias, más 24 de réquiem en los aniversarios de su nacimiento y muerte.

El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue promovido por Felipe II, entre otras razones, para conmemorar su victoria en la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo. Esta batalla marcó el inicio del proceso de planificación que culminó con la colocación de la primera piedra el 23 de abril de 1563, bajo la dirección de Juan Bautista de Toledo. Le sucedió tras su muerte, en 1567, el italiano Giovanni Battista Castello El Bergamasco y, posteriormente, su discípulo Juan de Herrera. La última piedra se puso veintiún años después, el 13 de septiembre de 1584.

El edificio surge por la necesidad de crear un monasterio que asegurase el culto en torno a un panteón familiar de nueva creación, para así poder dar cumplimiento al último testamento de Carlos I de 1558. El Emperador quiso enterrarse con su esposa Isabel de Portugal y con su nueva dinastía alejado de los habituales lugares de entierro de los Trastámara.

La Carta de Fundación, firmada por Felipe II el 22 de abril de 1567, cuatro años después del comienzo de las obras, señalaba que el Monasterio estaba dedicado a San Lorenzo, pero sin señalar directamente la batalla de San Quintín, probablemente para evitar citar una guerra como motivo de fundación de un edificio religioso: se «fundó a devoción y en nombre del bienaventurado San Lorenzo por la particular devoción» al santo del rey y «en memoria de la merced y victorial que en el día de su festividad de Dios comenzamos a recibir». Las «consideraciones» que cita el rey fueron el agradecimiento a Dios por los beneficios obtenidos, por mantener sus Reinos dentro de la fe cristiana en paz y justicia, para dar culto a Dios, para enterrarse en «una cripta» el propio rey, sus mujeres, hermanos, padres, tías y sucesores, y donde se dieran continuas oraciones por sus almas.

El Panteón de Reyes.

El Panteón de Reyes

 

El Panteón de Reyes es del siglo XVII y responde a una estética claramente barroca. Su forma es la de una cámara en forma de círculo segmentada en ocho tramos. Su arquitecto, Juan de Herrera, la ideó y construyó únicamente de granito pero cuando Felipe III, hijo de Felipe II, la convirtió en el Panteón que hoy en día conocemos, encargó revestirla de bronce y mármol al superintendente de las obras reales Giovanni Battista Crescenzi.

Preside el altar un Cristo crucificado de Domenico Guidi, autor menos conocido, pero más afortunado que Pietro Tacca y que Gian Lorenzo Bernini, quienes realizaron antes otros crucifijos para este mismo lugar, conservados ahora en la capilla del Colegio y en el camarín de la Sacristía, respectivamente.

En las urnas reposan, tras haberse consumido previamente, durante años, en una habitación inmediata, el “Pudridero” los restos de los monarcas y de sus esposas, pero éstas solo en casa de haber sido madres de Rey; los Reyes al lado derecho del altar y las Reinas al izquierdo, colocados por orden cronológico desde Carlos V a Alfonso XIII, un periodo de cuatro siglos en la Monarquía española; están ausentes sólo los cuerpos de Felipe V y de su hijo Fernando VI, así como sus esposas, pues desearon ser enterrados en sus respectivas fundaciones de La Granja de San Ildefonso y del Monasterio de las Salesas Reales en Madrid.

Puedes encontrar más información al respecto en mi libro Felipe II y el Templo del rey Salomón