No he sido un mujeriego exactamente, pero en ocasiones recibí la flecha que me asignó Cupido y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario, como dejó escrito don Antonio.
De manera que antes de que otros escriban sobre mí a propósito de lo que no saben, admitiré que he mantenido relaciones con un corto etcétera de mujeres. Con algunas, las cosas llegaron más lejos que con otras, y con otras más lejos que con algunas.
Con Agatha no me importó la diferencia de edad, ni siquiera que ella estuviera por entonces aún casada con Archibald Christie. Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra.
En cuanto a Irene, fue todo tan rápido como fascinante. Lástima que “Escándalo en Bohemia” sea tan breve, pero le disputo el recuerdo de la señorita a Adler a aquel tipo que vivía en Baker Street.
Lo mío con Aia duró ocho años. Aún no me explico por qué aquella belleza pelirroja me eligió a mí, pero se venía conmigo a la cama y despertábamos en amaneceres de hace dieciséis mil años. Jamás sentí algo igual.
En cuanto a Deva, aquella joven morena, alta y de estética gótica de la que os hablé en “El enigma Dickens”, qué os puedo decir. Sé que no fui el único que quedó fascinado por ella, y de alguna manera siempre supe que regresaría a mi vida. Os confieso que llevamos varios meses viviendo juntos.
En cambio, todo lo que se ha dicho sobre mi relación con María Magdalena es falso, como lo es la mayor parte de lo que se ha escrito sobre ella. Sí, es cierto que la mencioné en alguna ocasión y que visité los lugares donde dicen que vivió, pero no hubo nada entre nosotros, como tampoco lo hubo con Ginebra. Que visitase a aquella rubia alta y de ojos de gata incluso en su tumba no significa que me quisiera interponer entre ella y Arturo, o entre ella y Lancelot. Aquel trío ya era suficientemente complicado como para que yo me inmiscuyera.
Hubo otras mujeres de las que tal vez os hable en otra ocasión, pero hoy me había comprometido a explicar lo mío con Beatriz.
La fotografía que acompaña a esta declaración fue tomada hace quince años, durante una visita que hice a su pueblo con el ingenuo propósito de perderme en su mirada y llegar todo lo lejos que ella me permitiese. Si Cristóbal pudo, ¿por qué yo no?
De modo que viajé a Santa María de Trassierra, un pueblecito situado a unos quince kilómetros de Córdoba aupado sobre las ruinas de Medina Azahara. Pregunté por ella, y aunque no me supieron dar razones, eso no fue obstáculo para calmar mi pasión.
Colón y Beatriz nunca contrajeron matrimonio, aunque ella diera a luz a Hernando, el segundo hijo del Almirante. De manera que ella seguía libre y sin compromiso, y eso alentaba mis esperanzas.
Tardé quince años en volver a saber de ella, y el fruto de mis pesquisas te las cuento en “Colón y el mapa templario”. No esperéis un relato tórrido. Todas las sombras que encontraréis en el libro son las que proyectó sobre la historia el Almirante, no las de Grey.